Bestiario para después de…

Bestiario para después de…

OPENING THURSDAY, JULY 2, 2020, 7:00 p.m.

Exhibition from July 2 to September 5

On Thursday July 2 at 7:00 pm we will inaugurate “Bestiario para después de…”. Collective exhibition in which Jorge Arranz, Fernando Bellver, Marcelo Burgos, Pep Carrió, Alberto Corazón, Marta de la Sota, Matz Mainka, Isidro Ferrer, Teresa Fuster, Ana Juan, Berta López, Laura M. Lombardía, Fernando Maquieira, José Manuel Nuevo, Raúl, Rui Roda, Mar Solís, Emilio Urberuaga, Teo Vázquez and the special collaboration of the writer Marta Sanz.

Bestiario para después de…

Mientras tanto: respecto a los animales

Mientras tanto nos habíamos quedado deslumbradas con los pavos reales que, saltándose los límites de sus jardines privados, extendían sus irisadas colas de Belle Époque en mitad de las avenidas. Gorros y camafeos con patas y picos. Nos habíamos reído con las procesiones de gansas con sus gansitos al rabo y con el mirlo, decididamente negro, que se ponía a cantar agarrado a los anillos metálicos de una antena. Era increíble cómo nos había aterrado el desboque de los jabalíes y sus jabatos que buscaban comida en los basureros de las urbanizaciones pijas y tartas de ruibarbo puestas a enfriar en el alféizar de la ventana. Como si los jabalíes fuesen mapaches. Tenemos, aún en el mientras tanto, el ojo colonizado por la televisión y deformamos el perfil de nuestros animales autóctonos como si fuesen todos -jabalíes, moscardas, burros- el pájaro loco o las ratas que vuelven a infectar, muertas de hambre, las calles de Nueva York. “No les des de comer, mi niño, no les des, que te muerden, que volverán mañana, que le quitarán a tu padre su sillón preferido en la salita azul”.

Mientras tanto, dejé de ver a los perros de refugio exhibidos para su adopción en las calles peatonales del centro de Madrid. Con sus patéticas miradas y sus patéticas orejas y sus patéticas mantitas verdes cubriéndoles el lomo. Con su miedo y su necesidad.

Y me puse una mascarilla para no contaminarla con mis microgotas de posible mujer asintomática con el privilegio de su grupo sanguíneo: el privilegiado y anticontaminante grupo 0. Mientras tanto, me digo que a lo mejor a alguien se nos ocurre meternos dentro de un cercado o fabricarnos una crisálida: “Los del grupo cero al capullo 22, ¡vamos!, ¿a qué estáis esperando?” Mientras le digo a mi gata “No te comas los restos de mi latita de atún”, pienso que después vendrán los pasaportes sanitarios y las aplicaciones para detectar la movilidad del contagiado y los termómetros y las clasificaciones de la población por el número de anticuerpos y las propiedades del plasma. Y no sé, no sé si quiero vivir así y a la vez me sorprendo de lo cruel y de lo resiliente que puedo llegar a ser. Oigo ya para siempre a Bruce Lee que me dice al oído: “Be water, my friend”. Yes, yes, yes. Y me impresiona -o tal vez no tanto- que la primera exposición institucional a la que podamos asistir en Madrid tenga como asunto a los vampiros. Los murciélagos serán incinerados dentro de sus húmedas cuevas y, como más que naturalista o zoóloga soy una mujer fantasiosa y libresca, recuerdo que Drácula se compuso en los malditos tiempos de la sífilis: en el deseo y la repugnancia del mordisco del vampiro acechaba la negra sombra del contagio y los riesgos infernales y gloriosos del amor. El arrebato. El ansia. La sangre rojo kepchup que más le gustaba a Christopher Lee.

Después de: sobre las bestias

Después de, saldremos de las casas encogiditas y foto-fóbicas. Con alergia al sol y una simultánea carencia de vitamina D. No habrá sido suficiente la grotesca exhibición de nuestros muslitos de pollo o de nuestros muslazos de cebón en los microscópicos balcones del centro de la ciudad.  Saldremos transmutadas y licántropas. Y seremos siervas de Alá con nuestras mascarillas y la afición a un pilates doméstico que nos hace doblar las rodillas y sentarnos sobre los muslitos o los muslazos curvando la columna como si rezáramos. Aunque recemos sin pronunciar el nombre de ningún dios y menos del nuestro que nos ha abandonado y nos ha hecho padecer y nos ha enviado plagas de langosta y de virus coronados. Menudo cabrón. Después de, llevaremos una cinta métrica en el bolso, y el tacto ubicuo y prolongado de los hidrogeles nos habrá borrado definitivamente las huellas dactilares: podremos ir de incógnito y subrayaremos nuestro anonimato gretagarbo con gafas oscuras como alas de cucaracha voladora que siluetean el pómulo y contrastan con nuestra palidez sin luz. La lejía, con que hemos lavado todos y cada uno de nuestros alimentos, habrá destruido la flora intestinal -nuestros nenúfares de íleon, las alfombras de lavanda del yeyuno, las adelfas fecales…- y llevaremos anudadas a la cintura bolsas plásticas para la evacuación continua de nuestro ano artificial. La escatología ya no será un tabú, sino el alfa omega filosófico que siempre debió ser. Las colonoscopias -y sus drogas recreativas- habrán dejado de tener ningún sentido con el consiguiente ahorro para la sanidad repagada.

Puede que hayamos desarrollado caparazones y pinchos que generen un efecto mampara disuasorio para el impulso de proximidad que puedan sentir otros animales menos evolucionados que nosotros. La palabra preferida será “¡Fuchi!”. Incluso su reduplicación “¡Fuchi, fuchi!” Los perfumes, que atraen como imanes y estimulan las feromonas, esa necesidad de meter la nariz hasta el fondo de la escotadura supraesternal de una mujer o en el reverso de la muñeca de un hombre joven, habrán sido completamente prohibidos, y sus gestos de sensualidad derivada clausurados por el signo invisible de una tachadura roja que, no obstante, se habrá quedado grabada incandescentemente en la parte reptiliana de nuestros cerebros. Llevaremos guantes de colores y zapatos con cuña. Parecemos nuevas aves zancudas -no anilladas: el metal de los anillos es extremadamente guarro y peligroso-, pero ya no veremos a los mirlos cantar sobre las antenas. Seremos carne, pescado, conejo y ave de corral. Gallifantes. Animales fantásticos. Quimeras y centauras. Dos por uno y todo a cien.

Marta Sanz